…y luego, un vino fresquito

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Coge la botella y mira distraído la etiqueta. A continuación, mira a la mujer.

—¿Quieres un poco de vino?

—Pareces cansado, mi amor —y le acerca la copa vacía, alargando el brazo por encima de su plato.

—Sí, estoy cansado; pero es que, además, me acabo de hacer una paja y no sé qué me ha pasado que me he quedado molido.

—Una paja.

—Sí.

—Cuando te has metido en el baño ha sido para masturbarte.

—También me he duchado.

—¡Será Posible?

—Mira, María —deja la botella sobre la mesa y se acomoda en la silla—, me he pasado toda la mañana en la playa con un hormigueo perfectamente localizado en la parte baja del vientre mientras te miraba tomando el sol. Y he ido construyendo una ilusión, qué quieres que te diga. Ha tomado tanta fuerza que te hubiera cogido de la mano para llevarte al mar i hacerte el amor en el agua. Pero no he osado, claro. (También es verdad que tal vez ya no tengamos edad para estas cosas). Después he pensado que te explicaría mi fantasía, que te diría «¿sabes qué me gustaría, amor mío? Hacer el amor contigo entre las olas». Pero sabía que si lo hacía perdería todas las oportunidades, no ya de hacerlo allí, sino de hacerlo en todo el día. Porque como nunca has sido capaz de diferenciar entre una ilusión y una propuesta, he supuesto que te cabrearías. Además, me habrías soltado un discurso, estoy seguro. Así que he decidido ser paciente. He pensado: no te precipites, cuando lleguemos a casa la abrazas, le das un beso y le dices «hagamos el amor, María, luego nos duchamos juntos y antes de comer nos tomamos un vino fresquito». Entonces ya no he podido dejar de levantar la vista del libro para acariciarte con la mirada. Desde mi silla, sentado bajo la sombrilla, tenía una visión magnífica de ti allí tumbada. Me paseaba por tus pechos, bordeando tus pezones; me deslizaba por tu vientre plano hasta el montículo de tu pubis y allí me detenía un momento, excitado; entonces me dejaba caer entre tus muslos húmedos. Te aseguro que tenía que reprimir mis impulsos para no echarme a tu lado y empezar a besarte el cuerpo, acariciarlo, lamerlo y meterte la mano bajo el bañador para buscar la brecha que ya me imaginaba totalmente empapada. ¡Y cuando has salido del agua! Con la piel perlada de gotas, los pezones duros y apuntando al cielo, caminando hacia la toalla con este cuerpo que te ha dado Dios y que no sé cómo consigues conservar que incluso los jóvenes te miran cuando andas con esa gracia que tienes. Y yo los miro a ellos y pienso «es mi mujer». Y también miro a las chicas que los acompañan y me las imagino a tu edad, con los cuerpos estropeados. Y te acercas a mí y me sonríes, y te sientas y te recoges el pelo hacia atrás, tensando el cuerpo, con un gesto que todavía te hace los pechos más bonitos, antes de volverte a tumbar sobre la toalla. Y yo allí, pensando «cuando llegamos a casa le pegaré un polvo que la transportará al paraíso». Y ya me imagino tus gritos al correrte y tus uñas arañándome la espalda mientras se te encadenan los orgasmos, y el sudor de nuestros cuerpos mezclado con la sal del mar, y el beso que nos daremos, ya extenuados, mirándonos de muy cerca, antes de ir hacia la ducha. Y como allí, nos enjabonaremos y las caricias lubricadas nos volverán a encender y me saltarás encima, y ​​me rodearás la cintura con las piernas para que te penetre de nuevo mientras me abrazas y me besas como si te me quisieras tragar, hasta que, después de los últimos espasmos, nos quedaremos enlazados, quietos, bajo el agua, y nos acariciaremos y nos volveremos a besar, y nos enjuagaremos, riendo, y nos secaremos con toallas blancas y suaves y saldremos a la terraza a tomar una copa de vino muy fresco con esa sensación tan agradable de plenitud post-polvo absolutamente satisfactorio, y sonreiremos, mirándonos, porque seremos muy felices.

»Así que, cuando hemos vuelto de la playa, te abrazo, te beso y te digo: «Hagamos el amor, María, luego nos duchamos juntos y antes de comer nos tomamos un vino fresquito «.

»Y tu respuesta es: «¿Ahora?». Me miras de soslayo, como si te estuviera haciendo una propuesta absurda, y dices: «No».

»Y, claro, me he metido en el baño, solo.

María da un sorbo de vino, prácticamente sin moverse, y lo mira con la cabeza un poco ladeada. Tiene una pierna sobre la otra, cruza los brazos bajo sus pechos y sostiene la copa en la mano, al lado de su hombro izquierdo .

—Tú tienes mucha imaginación —y casi sonríe, pero sólo con la mitad izquierda de la cara—. Por eso debe de ser que escribes.

©Albert Gassull 2013

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