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—Que yo te había transformado. Se ve que eso fue lo que Jofre le dijo a Rosa cuando tú y yo empezamos a salir. Pensé que se trataba de un tópico, o que hablaba de tu estado de ánimo, o de algo más abstracto. Ni se me ocurrió que se refiriera a tu conducta. La gente no cambia. Y estaba tan enamorada y tan contenta de ser la novia del chico más codiciado que me lo tomé como un elogio. Qué ridículo.
Mientras habla, moviéndose por delante del sofá y la mesita del teléfono, María no deja de mirar a Marc. Envuelto en la sábana parece un patricio de la antigua Roma. Está junto a la ventana, en silencio, sujetando la cortina con dos dedos, mirando hacia fuera, como si buscara un refugio inexistente en algún punto muy lejano.
—Y yo que pensaba que sólo tenías ojos para mí. Qué idiota, solo me has estado utilizando. He sido la niña rica e ingenua que te ha mantenido mientras hacías ver que eras «un artista en busca de un camino.» Y no eres más que un seductor malnacido que se folla todo lo que encuentra.
»¿Es verdad que cuando salíais con Jofre apostabais a ver si te llevabas a la cama a cualquier chica que él eligiera al azar? Dice Rosa que siempre ganabas, que incluso alguna había dejado plantado al novio allí mismo, donde estuvierais, para irse contigo.
»¿Cómo puedes tener tanto poder sobre los demás?, y tan poco de respeto, y ser tan egoísta.
El timbre del teléfono sorprende a María. Mira a la pantalla, arquea las cejas, y vuelve a mirar a Marc. Ahora el sol le ilumina la cara, y su rostro, perfilado por la luz, resulta de una belleza insoportable.
Descuelga y se sienta en el sofá.
—Lidia, querida.
Marc cierra los ojos. Aprieta los dientes con tanta fuerza que se le dibujan todos los músculos de la cara. Se le ha caído un poco la sábana, y el hombro y una parte del torso han quedado al descubierto. Tiene un cuerpo tan perfecto, y está tan quieto, que parece que lo hayan esculpido.
—/ … / ¿Qué, no esperabas que fuera yo, verdad, quien te cogiera el teléfono a las diez y media de la mañana? /…/ Y una mierda te has equivocado, has llamado para hablar con Marc. /…/ No me hagas reír /…/ Mira, Lidia, lo sospechaba, pero el otro día encontré un condón en la basura y decidí instalar una cámara. /…/ Sí, una cámara. /…/ Claro que graba. /…/ Desde el ordenador del despacho. /…/ No, he empezado hoy. Y no eres la única, que lo sepas, este hijo de puta se te tira a ti ya todo lo que se mueve. /…/ Pues eso, que lo he pillado en la cama con una de las pijas ociosas que tenemos por vecinas. /…/ La del tercero, pero /…/ No me interrumpas, que esto no es nada. He vuelto corriendo a casa para agarrarla del pelo, arrastrarla desnuda hasta la escalera y tirar toda su ropa por la ventana … /…/ No, he tardado más de una hora en llegar y cuando he entrado en el dormitorio me he encontrado con la espalda musculosa de un negro de casi dos metros que movía el culo adelante y atrás … /…/ Sí, un tío negro de … / … / ¿A ti qué te parece?, a gatas sobre la cama, gimiendo mientras el otro … /…/ Pues mira, ahora resulta que es bisexual. Se ve que es algo nuevo. /…/ En la cola del súper, dice que lo ha conocido. /…/ Sí, hoy. /…/ Pues parece que ha tenido tiempo de follarse a la vecina, ir de compras y volver con ese tío enorme … /…/ ¿Que no puede ser? Ya, cuesta de asimilar. /…/ Me he puesto a gritar, no se me ha ocurrido qué otra cosa hacer … /…/ Nada, se ha despegado del negro, se ha levantado y se ha envuelto en la sábana; como si le diera vergüenza, ya ves. /…/ ¿El negro? Ha recogido su ropa y se ha largado. /…/ Oye, ¿quieres callarte de una vez? Tú sí que no tienes vergüenza. /…/ Sí, ponte a llorar ahora. /…/ Espera, espera, que no se ha acabado aquí. Después, va y suena el timbre de la puerta; no pensaba abrirla, pero cuando he visto la cara que ponía Marc he ido. ¿Y qué me encuentro? A la vecina del quinto primera que dice «tachannn» y me enseña el conjunto de ropa interior de sex shop que lleva bajo el abrigo de pieles. No me lo podía creer. Ella tampoco, porque enseguida se ha tapado y se ha marchado por las escaleras. /…/ Deja de lloriquear, eres patética, chica. Ah, y también le ha sonado el móvil, dos veces, pero no lo ha cogido, claro, ni me ha dejado que me acercara. Igual eras tú, o cualquier otra cerda … /…/ Vete a la mierda, Lidia.
Y cuelga.
Marc, que ya no mueve ni los párpados, tiene la mirada clavada en algún horizonte imaginario.
—Cuando hayas hecho las maletas, antes de irte, hazme una lista completa. No quiero hacer el ridículo ante mis amigas, amigos, conocidas, conocidos o lo que sea que te has estado follando. Quizás lo que me contó Rosa de tus apuestas nocturnas con Jofre era una advertencia y no la supe entender.
Marc parece que se contraiga, como si se quisiera refugiarse en la inmovilidad.
—¿Qué?, ¿con Rosa también? ¿Será posible? Pero si es la mujer de tu mejor amigo. No respetas a nadie, ¿verdad? ¿Cómo puedo haber sido tan ciega?
Vuelve a sonar el teléfono.
María, hastiada, aprieta los labios, niega levemente con la cabeza y mira la pantalla. Los ojos se le abren de golpe, como si hubiera recibido un latigazo, y hace un movimiento brusco hacia atrás deslumbrada por el nombre que ve escrito. Se vuelve hacia Marc y se queda mirándolo mientras el sonido del aparato insiste con una tozudez insoportable.
—No puede ser verdad.
Se da cuenta de que a Marc le gustaría creer que se está petrificado, que su piel se está volviendo de mármol, de un blanco tan brillante como el de la sábana que lo cubre.
El teléfono sigue sonando.
—Marc. ¿Mi madre?
©Albert Gassull 2014